PEREGRINANDO CORAZÓN ADENTRO
Seguimos repasando los momentos en los que una jovencita en el monte santiagueño, se encuentra con un inesperado regalo divino…El padre Juan Ignacio Liebana, el padre «Juani» nos invita a reflexionar sobre la historia de la aparición de la imagen de la Virgen de Huachana.
“Su hermano Juan Cruz logró convencer a los vecinos y a sus propios parientes de que valía la pena llegar hasta el lugar de las apariciones para comprobar, o desechar finalmente, lo que la niña les venía anunciando. Una noche don Félix Taboada, a cargo del destacamento policial de Huachana, reunió a los lugareños y caminaron hasta el preciso lugar donde Telésfora afirmaba que aparecía una imagen divina».
ANIMADOS POR UNA LUZ: Sólo una luz, una intuición o una experiencia, alcanza para ponernos en camino. Dejar la comodidad, lo seguro, lo claro y distinto, para buscar lo intuido, es un gran desafío. Sentimos una atracción fuerte que nos convoca, que nos seduce, que nos cautiva. Tal vez, hemos tratado de silenciar esta voz o de hacernos los sordos. Pero su fuerza se fue tornando irresistible, tanto que no pudimos resistir. Salir de nosotros mismos es el secreto de la felicidad. Descubrir que hemos sido creados para amar y ser amados es encontrar el verdadero camino. No hay autorrealización posible sin la salida del propio yo. Juan Cruz, el hermano de Telésfora, escuchó esta llamada que lo alentaba a peregrinar hacia el corazón del monte para encontrar el ansiado tesoro. Escuchó y obedeció. Y luego encontró. Hacernos como niños (como nos invitaba la reflexión de la semana pasada) también consiste en confiar en nuestras intuiciones, corazonadas, e impulsos más profundos y seguir su rumbo con audacia y decisión. Dios se nos revela a través de nuestros deseos e intuiciones más genuinas. ¿Mi estilo de vida me ayuda a atender y escuchar mis deseos e intuiciones? ¿Reconozco en ellos la voz de Dios? ¿Confío en ellos?
ACEPTANDO QUE ESTAMOS EN CAMINO: Sólo se pone en camino quien se reconoce pobre. Sólo busca quien siente un vacío, una carencia. Aquel que se encuentra satisfecho no busca, no se pone en camino, no corre el riesgo del peregrino. No es fácil reconocernos incompletos, a medio hacer, en camino. Es propio del hombre maduro aceptar con serenidad sus límites y posibilidades, sin ocultar su pobreza. Porque estamos incompletos es que salimos a buscar, porque estamos sedientos, nos lanzamos hacia la fuente de agua viva. Dos peligros nos atacan: la desesperanza y la presunción. La primera nos convence de que es imposible encontrar lo buscado, estimando nuestros intentos como inútiles y vanos. La segunda nos asegura la saciedad, oculta nuestra falta de plenitud, camuflándola con posesiones, acciones y relaciones. La aparente saciedad que provocan estos espejitos de colores, terminan por dejarnos con más sed y anhelo. Estas dos amenazas nos instalan en la mediocre comodidad, que se torna tedio, tristeza y aburrimiento. Sensaciones que, tarde o temprano, nos impulsarán a la búsqueda ansiosa y compulsiva de huidas y gratificaciones. ¿Reconozco con serenidad mis límites? ¿Descubro en Dios esa Agua Viva que sacia mi sed más profunda?
EN PUNTILLAS DE PIE POR EL CAMINO QUE YA ES META: El monte santiagueño se nos presenta como una realidad tremenda y fascinante. Su espesura nos obliga a la humildad, al respeto, a la reverencia. Su fuerza salvaje inspira miedo y humildad. Su riqueza escondida atrae y fascina, en originales sabores, en variadas especies animales y vegetales, en sus múltiples matices. Aquella noche en Huachana, la decisión ya estaba tomada. La aventura se inicia, entonces, en pos de un tesoro escondido en el corazón del monte. Han de andar mucho, sorteando dificultades, para realizar su sueño. En el monte no hay muchos caminos trazados. Se va haciendo camino al andar. No se puede correr. Las espinas y la abundante vegetación lo impiden. Habrá que agacharse, angostarse, aligerar equipaje, dar pasos cortos y cuidados, atentos ante el peligro escondido que acecha. Lentamente nos iremos amigando con el paisaje, que se vuelve parte y presencia del ansiado tesoro. La vida se transita despacio y sin prisas, con humildad y respeto. Por momentos, abriremos huellas, transitaremos también las de otros, y haremos ya del camino nuestra meta. No despreciemos, pues, este lento camino de crecimiento. ¿Hacia dónde dirijo mis pasos? ¿Cómo es mi caminar por la vida? ¿Corro o retardo mis pasos? ¿Qué dificultades se me presentan?
PERSEVERAR EN LA BÚSQUEDA: Intuir una luz, responder a una llamada interior, reconocer una necesidad y un vacío a llenar, nos lleva a la decisión de emprender el camino. Ya estamos en la huella. Las ilusiones del comienzo han pasado. Empieza a sentirse el cansancio. Y no tarda en salirnos al cruce una inquietud, una pregunta maliciosa, una tentación peligrosa: ¿tendrá sentido lo que estoy haciendo? ¿No será tiempo ya de pegar la vuelta? ¿Habrá tal tesoro como cuentan o será acaso una ilusión? Nuestros campesinos se adentran cotidianamente en el monte para alcanzar una presa segura. Nosotros, si queremos encontrar el tesoro, hemos de adentrarnos en la espesura. En la orilla no llegaremos a saciar nuestro anhelo. Es el momento, pues, de redoblar la apuesta, de avivar el fuego interior que nos empuja hacia la meta. ¿Qué tentaciones encuentro en el camino de la vida? ¿Qué me impide caminar o perseverar en la búsqueda? ¿Me descubro en la orilla o en lo profundo, en la superficie o en la espesura?
ACOGER, ESCON LOS PIES EN LA HUELLA Y LA MIRADA FIJA EN LA METACUCHAR Y ABRAZAR LO DÉBIL: La hostilidad del camino, su rumbo incierto y amenazante nos obligan a la audacia, al empecinado riesgo, a la terca y tozuda decisión de seguir en la huella. Todo tira para atrás, menos la meta que nos lanza hacia delante. En ella hemos puesto ya nuestra ancla, bien clavada, para tirar con fuerzas hacia la anhelada orilla. Es el momento de mirar al costado, no para ceder a las cautivantes paradas, sino para sostener y ser sostenidos. Caemos en la cuenta de que somos muchos los que perseveramos en la senda. Esto nos anima en la angostura del paso y del alma. Habrá que intuir el momento exacto para poner el hombro y sostener o para descansar en el hombro amigo. La memoria de tantos pasos transitados se hace estímulo para los nuestros. Una gran nube de testigos nos espera en la otra orilla, susurrándonos al oído: un paso más, que vale la pena, no estás solo, te acompaño en la huella. Y la adversidad pone al descubierto nuestra profunda verdad: si soltamos la queja, si nos encerramos en el aislamiento, si fingimos entereza, si exageramos el cansancio, si nos damos por vencidos, si redoblamos la apuesta, si tendemos una mano, si alentamos tras la meta. Se abre, pues, una encrucijada: o el dolor nos purifica y nos recrea, o nos derrota y nos aniquila. ¿Cómo vivo las pruebas de la vida? ¿Cómo reacciono ante el dolor? ¿Soy capaz de salir de mi propia herida para descubrir y aliviar la del prójimo?