REGRESAR PARA CONTAR
REGRESAMOS DISTINTOS
Como Juan Cruz Verón y sus compañeros, hemos de emprender la vuelta a casa, a lo cotidiano. Tal vez pensemos que estamos concluyendo un camino, cuando, en realidad, lo que nos aguarda es una nueva peregrinación. Llegó la hora de partir. Luego del parto, de esta vida nueva engendrada, se nos invita a la partida, a comenzar una nueva etapa, a emprender una nueva aventura. El encuentro con María nos transformó. El camino que esta novena nos hizo andar, nos fue marcando profundamente. Se trata, pues, de descubrir esa nueva vida engendrada. Descubrirla, cuidarla y acompañarla para que siga creciendo y sea fecunda. Nuestra vida cotidiana, con su rotunda sencillez, aguarda nuestra novedad, nuestra luminosidad, nuestro corazón nuevo. No hemos de ser ingenuos. Este entusiasmo con el que volvemos, puede irse apagando con las dificultades de la vida cotidiana. Para ello, hemos de tomar cada día la firme resolución de cuidar y mantener esas prioridades que hemos descubierto para nuestras vidas. Ello nos llevará a asumir algunas renuncias necesarias, para que no nos quedemos en simples deseos o sueños, sino que los hagamos realidad. ¿Qué fruto nuevo descubro en mi vida después de estos días? ¿Qué aspecto de mi vida cotidiana necesita ser iluminado con esta nueva luz?
LLEVAMOS A MARÍA A CASA
Juan Cruz tuvo la gracia de acoger a María en su casa. El apóstol Juan, acogiendo el regalo de Jesús, hospeda a María en su casa. Nosotros también deseamos abrir de par en par nuestras puertas para darle hospedaje, como un miembro de honor en nuestra familia. No es fácil acoger a un miembro nuevo en la casa. Todos debemos, de alguna manera, reacomodarnos a este nuevo integrante. María no quiere estar de adorno en un rincón escondido de la casa. Ella desea estar presente y llenar con su gracia toda nuestra familia. Si dejamos que María se nos meta en casa, tendremos que estar dispuestos a realizar los cambios que su presencia nos obliga a hacer. El gesto violento y amenazador habrá de ser expulsado. La indiferencia, el egoísmo, el desinterés por el otro, habrán de ser transformados en atención, humildad y generosidad. El diálogo habrá de reemplazar la televisión, los celulares y el encierro de cada uno en su propio mundo. El trabajo tendrá que ser acotado para dar más tiempo al encuentro y a la alegría compartida. ¿Qué significará para mi vida el llevar a la Virgen a mi casa? ¿Qué cambios tendré que hacer en mi vida personal y familiar para acoger mejor a María?
NO OLVIDAMOS EL CAMINO RECORRIDO
La prisa habitual con la que sabemos vivir nos puede privar de saborear con intensidad el momento presente y pasar por alto muchas experiencias, sin acoger su enseñanza. De ahí que necesitemos guardar cuidadosamente en el corazón las experiencias vividas. Ellas están cargadas de fuerza, de palabras, de enseñanzas, que serán nuestro pan cotidiano para el camino de la vida. Por ello, deseamos detenernos para desandar en el corazón todo el camino transitado en estos días. Este camino fue pasando por distintas etapas que nos fueron llevando a encontrar ese tesoro buscado. Ha sido un camino hacia el corazón, donde se nos invitó a ir a lo profundo, dejando atrás la seguridad de la orilla. Hemos tocado fibras profundas como: la soledad, el silencio, nuestras sombras y debilidades, el cómo terminamos el día, nuestra intimidad con Dios y con los nuestros, nuestras cruces y noches, nuestras intuiciones y deseos más sagrados, nuestras luchas y esclavitudes, nuestro fuego interior, nuestras pasiones, el cómo comenzamos cada día, quién queremos ser, hacia dónde vamos, por qué hacemos lo que hacemos. Se trata, pues, de volver una y otra vez a realizar este camino interior. ¿Qué aprendí en estos días? ¿Qué tesoro he descubierto en este camino realizado?
COMPARTIMOS LA LUZ DE LA VIRGEN
Los primeros discípulos de Jesús, llenos de la fuerza del Espíritu Santo, compartían con todos la Buena Noticia. Este brillo especial del Reino en sus corazones, era imposible de ocultar o de acallar. Ellos no podían callar lo que habían visto y oído. A nosotros nos sucede algo similar. Nuestro rostro nuevo delata nuestro paso por Huachana. Muchas veces materializamos este compartir con alguna estampa o recuerdo que llevamos a algún vecino que no pudo participar de la fiesta. Bien dice el poeta Yupanqui: moneda que está en el bolsillo tal vez se deba guardar. Pero, la que está en el alma, se pierde si no se da. Una fe que no se comparte, es una fe que tiende a desaparecer. Jesús nos recuerda que somos la sal de la tierra y la luz del mundo. Nuestra misión consiste en dar sabor e iluminar al mundo. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo (Mt 5,16). De este modo, a través de nuestro humilde testimonio, los demás podrán gustar y ver qué bueno es el Señor (Sal 33,9). Dios confía en nuestra luz y nos encomienda mantenerla viva y encendida, ya que, si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá! (Mt 6,23). ¿Qué lugares y personas necesitan ser iluminadas con esta nueva luz que hay en mi vida?
CUIDAMOS Y ALIMENTAMOS NUESTRA LUZ
Decíamos que el entusiasmo de la vuelta muchas veces choca con la rutina y las dificultades cotidianas. Volvemos a topar con nuestra miseria y añoramos aquellos días felices y paradisíacos de Huachana. Esto nos puede hacer detenernos en el camino y abandonar nuestros propósitos y compromisos. Sin embargo, hemos de dejar a un lado el desaliento y retomar cada día el camino vislumbrado. Como decía un santo obispo: levántate cada día con el deseo de ser santo y acuéstate con la certeza de haber sido perdonado. Este pequeño fuego, avivado en Huachana, ha de ser alimentado y cuidado. Los leños que le podemos ir arrimando son la oración con la Palabra, con el Rosario, dedicando un tiempo y lugar especiales cada día. No perder el contacto con nuestra comunidad es un leño fundamental para sostener nuestra fe y fortalecerla con el apoyo de los demás. Humildes acciones solidarias mantienen vivo este fuego interior, como ese oxígeno que aumenta la llama, evitando que se ahogue a causa del encierro. La vivencia de los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación mantiene la temperatura de este fuego interior. ¿Qué me propongo hacer para cuidar y alimentar esta luz encendida y reavivada en Huachana?